domingo, 25 de enero de 2009

Nadando sin flotador

Las clases de natación de Michaela han sido algo más que un éxito del verano, por más de una razón.

La enana parece estár más contenta que nunca, y se ha convertido en una máquina consumidora de helados industrial, víctima total del marketing y consumidora irrefrenable de Helado de Inca Kola de D'Onofrio, cosa que probablemente cause celos tremendos en sus habituales Jets.

Micha se ha convertido en una sílfide absoluta, una sirena hermosa, y su profesora me ha pedido que por favor la inscriba en las clases de nado sincronizado pronto, porque siente que tiene un enorme potencial. Es increíble la facilidad con que aprendemos nuevas cosas cuando somos jóvenes, e increíble lo difícil que puede ser para una persona mayor adquirir nuevos hábitos, conocimientos o simplemente darle un giro inesperado a la rutina.

Y es ahí dónde quizá me encuentro yo. En mi disyuntiva absoluta sobre la ropa de baño de la enana, decidí en cierto momento confesarle a la profesora (una joven muy guapa, bronceada y de un carisma incomparable) mi incapacidad para tomar una decisión que no cause cicatrices emocionales futuras en mi potencial medallista olímpica de natación. Y así comenzó todo.

Ella me recomendó tantas cosas al respecto, y probablemente al notar en mis facciones que todas las indicaciones no causaban más que confusión en mi limitado cerebro en cuanto a vestimenta, se ofreció a acompañarme a comprar la ropa de baño indicada. Casi orgánicamente acepté la invitación (?) y le di mi número de teléfono, comprometiéndome a salir el fin de semana de compras con ella. Acto seguido, me sentí completa y absolutamente absorto sobre lo que acaba de suceder.

Cuando llegamos a casa, decidí comentarle el asunto a Micha, con un "el sábado vamos a comprarte nuevas ropas de baño, te parece? Y de paso, si encontramos algo lindo, pues renovamos un poco tu closet!". Debo confesar que mis palabras sonaron más entusiastas de lo que esperaba, y quizá mi rostro no acompañaba la emoción de las mismas, algo que se evidenció cuando ella respondió rápidamente con una sarta de pedidos guardarropiles que no me esperaba. Y es que a veces me doy cuenta que la falta de una mujer en casa realmente puede hacerle daño a la imagen de una niña. Mi escaso seso a la hora de elegir ropa, o en relación a la frecuencia con que voy de compras con ella la ha convertido en una dependiente del "jean & polo", tal como su padre. Estoy seguro que ese no sería el caso si hubiera alguien más en casa.

Y éste pensamiento, desencadenó mi neurosis. Iba a salir ese fin de semana con la profesora de natación! Es decir... nos ibamos a juntar para que me recomiendo algunas cosas para Michaela... pero luego? Qué venía luego? Tomábamos un helado? La invitaba a comer? Me despedía con un "muchas gracias por tu ayuda" en la caja de la tienda, y la volvía a ver en las clases? Eso me sonaba demasiado conchudón.

Y lo que más me aterra de ésta situación es que Michaela se verá en medio de dos adultos, en una sesión de compras, asesorada por una mujer que camina al lado de su padre, y que definitivamente no es su mamá. No tengo idea de lo que estoy haciendo.

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