viernes, 26 de septiembre de 2008

Irreductible

Recuerdo la primera vez que vi ésta película. Fue en Montevideo allá por el año 95 aproximadamente. Fue un viaje liberador y loco, financiado por los sueños y los tres mil cachueleos y préstamos que nos permitimos la que fue mi esposa y yo. En ese entonces todavía estábamos llenos de sueños, nos comíamos la vida a manos llenas, y de vez en cuando nos permitíamos enviciarnos con una cucharadita de una u otra cosa prohibida.

Sonaría a abuelo si dijera que lo recuerdo como si fuera ayer, pero tampoco pecaría de mentiroso si lo dijera. Debo más bien decir, que la recuerdo hoy, como si fuese ésta mañana la mañana en la que aspiré el aroma de sus castaños bucles por primera vez a las 10 de la mañana, todavía en cama. En parte, porque cada mañana, veo todavía la misma cabellera, los mismos bucles, y aspiro el mismo aroma en Michaela. Y hay días en los que abro los ojos, y los cierro con vehemencia, tratando de no despertar, tratando de despegar hacia el pasado con furia... hasta sentir que se revuelve y atacar a la enana con cosquillas. Finalmente los abro, y agradezco a Dios que no se parezca tanto a mi.

Me ha gustado la idea de poder compartir en cada post, un video o una imagen con ustedes. Me ha gustado la idea de recordar de ésta forma y registrar mis recuerdos, de poder viajar lamentable y lentamente al pasado por unos minutos, imaginando que el teclado de la computadora suena al "chack, chack" de las antiguas máquinas de escribir que tanta, tanta emoción y ambience le imprimen a las palabras y pensamientos.

No recuerdo al papel, ni a la tinta fresca, y el sonido anestesiado de las teclas de la computadora genera un vacío tan grande en cualquier párrafo, casi irremediable. Necesitaría quizá una máquina de escribir, o pergamino y pluma, cera al final para termina de escribir y describirla a ella. Pero me estoy separando de la idea general. Y me lo permito, porque quizá una de las licencias que más me ha gustado siempre, es la de la idea de poder escribir a borbotones inconclusamente sin saber a qué punto llegar, sorprendiéndome línea a línea sobre el contenido de las mismas, haciendo un psicoanálisis barato tras leerme a mi mismo, dejando que los dedos fluyan descuidadamente, confiando en un gramática regular y en una ortografía nunca producto de la escuela, mas de los libros que siempre dejé tirados debajo de la mesa de noche.

Y ella me recuerda tanto a ella. Y ella es casi ella, con un poco de mi. Y yo soy tanto ella con un poco de ella. Y es tan confuso y armonioso como mirar al pasado con nostalgia, y mirar al futuro con pasión, simultáneamente, cuando miro los ojos hermosos de mi hija. Cuando la veo a ella, a mi y a ella. Cuando nos veo a los tres, en dos. Como un libro de Benedetti en el botiquín del baño.

Finalmente, a lo que iba. A dejar un pedazo más de memoria, a dejarles un fragmento que sí huele a tinta, a papel, a cera, a velas, a noches, besos y vino amargo. A dejarles un pedazo que todavía me emociona, que todavía vive cargado de recuerdos, un fragmento que en casa no puedo ver todavía, porque Michaela es la dueña del control remoto y la ama y señora de los dvds. Los dejo pues, con éste fragmento de "El lado oscuro del corazón".

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Meddle

Falleció hace unos días Rick Wright, tecladista de Pink Floyd.
Poco es decir que Floyd es uno de mis grupos favoritos, un grupo con el que he podido contar siempre para animar o deprimir momentos en mi vida, y sin duda, he podido hilvanar hitos en mi vida, tomándolos como un gran referente y un desayuno, un almuerzo o quizá más cenas de pan y vino o cerveza, de tantas, tantas fechas de mi calendario.

Los primeros discos de vinilo que compré jamás (y en algunos casos heredé), fueron de Floyd.
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Y yo sé, de primera mano que la trascendencia de la muerte de alguien tan lejano (y quizá, sólo quizá, al mismo tiempo cercano) no debería afectarnos de forma activa... pero sé que el espíritu juguetón, melódico y armonioso de éstas personas quizá viva por siempre en mi memoria, y asociados a ellos, en la memoria de mi, que tenga Michaela.

Cantar con mi enana, en la mesa, escuchando el LP Meddle de Floyd (el cual fue grabado en su gira Atom Heart Mother) girar en el equipo viejo "préstamo" del abuelo, particularmente Seamus mientras abrimos la caja de pizza del martes por la noche, yo sentado tocando la guitarra de aire y una armónica hecha de un sandwich de dedos, cara a cara, nariz con nariz con Michaela, que a su vez aulla y ladra emulando a Seamus... cosas como esas, sólo se las puedo agradecer a ellos.

Que en paz descanses Rick, quizá nunca te haya visto, ni te vuelva a ver, pero siempre, siempre estarás en el oido, en la risa de mi pequeña loca, en las noches de discos viejos y polvorientos, en las canciones favoritas de mi esposa. Seguro ya corrió a las puertas de donde sea que estés a pedirte un autógrafo, y a contarte entre carcajadas que ella se enamoró con "I wish you were here". No dejes de decirle, que yo también desearía que ella estuviese aquí.

Dejo a Seamus con ustedes, quizá sientan ganas de armar un sandwich de dedos a modo de armónica, quizá quieran tomar prestada mi guitarra de aire, o aullar y ladrar a capella. Lo dejo a discreción de cada uno:


lunes, 8 de septiembre de 2008

Cuando abres los ojos tras cruzar la pista

Se me ocurrió alguna vez que sería publicista.
"Venderás mierda?" me preguntó mi padre. La respuesta, poco categórica, lo dejó muy poco convencido. La primera vez que intenté venderle a alguien una idea, fue a él, y no logré ni asomar en sus ojos una sonrisa de alegría por mi. Hundió su mirada en mi alma como si fuese un clavadista olímpico que se hunde deprimido un mar de lágrimas, pensando quizá sin compartir que lamentaba tanto mi decisión como quien lamenta un hijo drogadicto, totalmente descarriado.

El tiempo lo ha sabido contradecir, y al mismo tiempo, reafirmar. Yo (ya) no soy nadie para juzgarlo, tengo de padre lo que él me ha transmitido a mi, y de hijo toda una vida, y aun su pesimismo siempre fue matizado con sonrisas y acciones positivas, por ofrecimientos de ayuda y actos desinteresados de solidaridad (jamás pedida) aceptada con buena voluntad. Una hipocresía voluntaria, desaprobación entusiasta pletórica de amistad juguetona. Así fue él, y lo sigue siendo.

Quizá cambió su postura frente a mi y a mi carrera el día que nació Michaela, y falleció su mamá. El día que el mundo me quitó lo más preciado y me regaló un botón de rosa. El día que sentí que no debía vivir más y que tan sólo una manito me sostuvo evitando mi caida al más profundo abismo. Por mucho tiempo, mi enana ha sido mi razón de vivir, antes de ella, quizá el motor de mi vida fue contradecir los malos augurios de mi padre.

Quizá todas éstas cosas, además de nuestro amoroso clima invernal (amoroso, pues abraza a todos con estoica democracia e igualdad) me traigan a la cabeza la melancólica y al mismo tiempo esperanzadora y bella canción de Tom Waits: You can never hold back spring.
No puedes detener la primavera.



La lluvia sucia de lima empaña las ventanas del departamento. A veces veo el aliento cálido desprenderse de la boca de mi pequeña hija cuando se asoma por la ventana para despedirse de mi, y aún envuelto en ropaje de alpinista, aún congelado hasta los huesos y con el alma empapada por la vida, aún así, veo en su rostro la floreciente luz del sol. Y yo estiro mis brazos como grandes ramas hacia ella, como si fuese el sol, y siento que mis pies se convierten en profundas raíces. Michaela, siempre te daré sombra, siempre estaré en flor por ti.

Podría contar con los dedos las experiencias que me cambiaron la vida, y quizá la necesidad de hacerlo me haya impulsado a abrir ésta bitácora. Quizá lo haga, quizá sea bueno. Quizá sea necesario compartir algunas cosas. Por el momento, comparto ésta canción, y espero que a todos nos espere una buena primavera. La mía, sé que será espectacular.

lunes, 1 de septiembre de 2008

El agujero en la media

Me despertó saltando encima mío, como si apoderarse de la frazada no hubiese sido suficiente, dejándome vulnerable al frío matinal que se cuela por la ventana que jamás puede estar cerrada.

Me abraza y me grita dulcemente que me apure o no llegaré jamás a dejarla en el colegio.
Ducha, desayuno, alistar la mochila y firmar el diario, alistar la mía y revisar si tengo todo, apurar el café amargo y frío que nos olvidamos de calentar y dejar el bowl de cereales con ya consistencia dudosa en el fregadero. Cargar con la emperatriz del hogar hasta el carro y partir echando humo por no tener tiempo para calentar los motores.

Mañanas de lunes. Serían absolutamente detestables si no empezaran con ese grito dulce, esa forma enamorada de estrangularme entre sus dos bracitos mientras bosteza en mi oido. Con esos ojillos de grillo saltarín que pasean irregularmente de mi rostro a la puerta del baño, como quien anuncia la frenética carrera hasta los cepillos de dientes.

A veces pienso que sería delicioso poder costear de una maldita vez la bendita movilidad que la llevaría al colegio, y aun así, pienso que no existe nada más delicioso que verla decirme adiós con las manos, pensando en que pronto, quizá más pronto de lo que sueño, tendrá verguenza de abrazarme y darme un beso delante de sus amigas.

Más café amargo, a trabajar. Pronto será hora de salir sigilosamente y arrastrarme en las sombras hasta la puerta del colegio para poder llevarla a casa, engancharla a sus tareas y retornar al trabajo, rezando que la señora Norma no llegue tarde esta vez, y no se incendie nada en casa.

Y pensar que hace unos días me pidió un perro.

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