El agujero en la media
Me despertó saltando encima mío, como si apoderarse de la frazada no hubiese sido suficiente, dejándome vulnerable al frío matinal que se cuela por la ventana que jamás puede estar cerrada.
Me abraza y me grita dulcemente que me apure o no llegaré jamás a dejarla en el colegio.
Ducha, desayuno, alistar la mochila y firmar el diario, alistar la mía y revisar si tengo todo, apurar el café amargo y frío que nos olvidamos de calentar y dejar el bowl de cereales con ya consistencia dudosa en el fregadero. Cargar con la emperatriz del hogar hasta el carro y partir echando humo por no tener tiempo para calentar los motores.
Mañanas de lunes. Serían absolutamente detestables si no empezaran con ese grito dulce, esa forma enamorada de estrangularme entre sus dos bracitos mientras bosteza en mi oido. Con esos ojillos de grillo saltarín que pasean irregularmente de mi rostro a la puerta del baño, como quien anuncia la frenética carrera hasta los cepillos de dientes.
A veces pienso que sería delicioso poder costear de una maldita vez la bendita movilidad que la llevaría al colegio, y aun así, pienso que no existe nada más delicioso que verla decirme adiós con las manos, pensando en que pronto, quizá más pronto de lo que sueño, tendrá verguenza de abrazarme y darme un beso delante de sus amigas.
Más café amargo, a trabajar. Pronto será hora de salir sigilosamente y arrastrarme en las sombras hasta la puerta del colegio para poder llevarla a casa, engancharla a sus tareas y retornar al trabajo, rezando que la señora Norma no llegue tarde esta vez, y no se incendie nada en casa.
Y pensar que hace unos días me pidió un perro.
1 comentarios:
Tener una bebe es lo máximo definitivamente, me sentí totalmente identificado con tu post...
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