lunes, 8 de septiembre de 2008

Cuando abres los ojos tras cruzar la pista

Se me ocurrió alguna vez que sería publicista.
"Venderás mierda?" me preguntó mi padre. La respuesta, poco categórica, lo dejó muy poco convencido. La primera vez que intenté venderle a alguien una idea, fue a él, y no logré ni asomar en sus ojos una sonrisa de alegría por mi. Hundió su mirada en mi alma como si fuese un clavadista olímpico que se hunde deprimido un mar de lágrimas, pensando quizá sin compartir que lamentaba tanto mi decisión como quien lamenta un hijo drogadicto, totalmente descarriado.

El tiempo lo ha sabido contradecir, y al mismo tiempo, reafirmar. Yo (ya) no soy nadie para juzgarlo, tengo de padre lo que él me ha transmitido a mi, y de hijo toda una vida, y aun su pesimismo siempre fue matizado con sonrisas y acciones positivas, por ofrecimientos de ayuda y actos desinteresados de solidaridad (jamás pedida) aceptada con buena voluntad. Una hipocresía voluntaria, desaprobación entusiasta pletórica de amistad juguetona. Así fue él, y lo sigue siendo.

Quizá cambió su postura frente a mi y a mi carrera el día que nació Michaela, y falleció su mamá. El día que el mundo me quitó lo más preciado y me regaló un botón de rosa. El día que sentí que no debía vivir más y que tan sólo una manito me sostuvo evitando mi caida al más profundo abismo. Por mucho tiempo, mi enana ha sido mi razón de vivir, antes de ella, quizá el motor de mi vida fue contradecir los malos augurios de mi padre.

Quizá todas éstas cosas, además de nuestro amoroso clima invernal (amoroso, pues abraza a todos con estoica democracia e igualdad) me traigan a la cabeza la melancólica y al mismo tiempo esperanzadora y bella canción de Tom Waits: You can never hold back spring.
No puedes detener la primavera.



La lluvia sucia de lima empaña las ventanas del departamento. A veces veo el aliento cálido desprenderse de la boca de mi pequeña hija cuando se asoma por la ventana para despedirse de mi, y aún envuelto en ropaje de alpinista, aún congelado hasta los huesos y con el alma empapada por la vida, aún así, veo en su rostro la floreciente luz del sol. Y yo estiro mis brazos como grandes ramas hacia ella, como si fuese el sol, y siento que mis pies se convierten en profundas raíces. Michaela, siempre te daré sombra, siempre estaré en flor por ti.

Podría contar con los dedos las experiencias que me cambiaron la vida, y quizá la necesidad de hacerlo me haya impulsado a abrir ésta bitácora. Quizá lo haga, quizá sea bueno. Quizá sea necesario compartir algunas cosas. Por el momento, comparto ésta canción, y espero que a todos nos espere una buena primavera. La mía, sé que será espectacular.

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