La llamada
La angustia adolescente que se puede presentar en un ya consabido y engreido adulto, muchas veces puede llegar a sorprender hasta al más pequeño elemento de una familia.
Micha notó mi preocupación inmediatamente tras la "cita" con su profe, y eso la mantuvo algo intranquila por un momento, hasta que superada su angustia infantil preguntó con la soltura de huesos: "Papá, qué te pasa ah?".
Poco faltó para que ella me dé una lección sobre las relaciones humanas, pero su conocimiento de ellas, basado en series de televisión y películas todavía es algo melodramático/superficial, y felizmente ella lo admite.
Decidí pues no llamarla inmediatamente, pero mi febril y recientemente encontrada hormonalidad podrían traicionar mi voz, y a mis años, soltar un gallo por teléfono suena la verdad, muy poco charming.
Así que me dediqué a pensar en cualquier otra cosa... Cosa que cuando el cerebro mantiene ya un punto fijado cual francotirador, es muy difícil de hacer, porque la simple asociación de idea te terminar llevando finalmente por los caminos que no quisiste andar. Y de un momento a otro, me hice amigo mentalmente de sus amigos, salíamos a fiestas, nos divertíamos, su papá me miraba con recelo, etc.
Un soñador compulsivo.
Ante tanta tontera psicológica que sucedía en mi interior, decidí que tenía que finalmente cortarla por completo. Mientras miraba el techo y escuchaba a Michaela balbucear ininteligiblemente palabras en la otra habitación, decidía que no podía tomar en serio una salida tan amical como la que habíamos tenido, y que estaría cometiendo un grave error, si leyera demasíado en ese pequeño acto. Mucho peor, si pusiera esperanzas en una salida tan inocente.
Cundo me di la vuelta, Michaela me miraba fijamente con el brazo extendido, con una mirada divertida y una ceja arqueada. Sonrió ligeramente y me dijó: "Papá... la profe."
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